Estado Islámico acusa a los estados árabes de ineficaces al combatir el virus
Para los yihadistas, el virus es un “soldado”, ha sido enviado por Dios para castigar a sus enemigos, que tanto son los occidentales como los apóstatas chiíes, y si afecta a los buenos musulmanes será porque no toman las debidas precauciones (que los propios yihadistas recomiendan a partir de las de la Organización Mundial de la Salud). Así han sido los razonamientos de los ideólogos de unos y otros, en general bastante pedestres mas no por ello menos inquietantes.
Si las interpretaciones del virus son diversas, las propuestas de actuación se parecen: si uno es positivo de Covid-19, lo mejor que puede hacer es tejerse un aura de mártir (de la causa que sea) y toserle a la gente a la cara, especialmente a la policía. Se supo de la detención, el 16 de abril, de dos individuos en Túnez por un supuesto intento. Mucho más preocupante ha sido la propuesta, también común, de atacar hospitales. Fue el caso del supremacista abatido a tiros el 27 de marzo por el FBI cuando pretendía hacer volar un hospital en Missouri. Semejante crimen no detiene a nadie, como demostró Estado Islámico al asesinar a tiros a 16 parturientas, dos bebés y seis empleados de una maternidad en Kabul el 14 de mayo. Las víctimas pertenecían a la minoría hazara de Afganistán, de confesión chií.
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Investigadores particulares y centros de análisis como el ICG de Bruselas, el CSIS de Washington o el ISD de Londres, o la Comisión Europea y la ONU han llegado a las mismas conclusiones sobre el incremento de la propaganda extremista y sus amenazas. Así, por ejemplo, en un breve documento enviado el 14 de mayo por el coordinador antiterrorista de la Comisión Europea, Gilles de Kerchove, a todas las delegaciones de los estados miembros de la UE se señalaba el peligro de que extremistas de derecha y yihadistas atacaran hospitales, y se llamaba a “evitar que la actual crisis sanitaria y económica derive en una crisis de seguridad”.
Teóricos europeos y norteamericanos coinciden en considerar la amenaza de la ultraderecha (con sus características a uno y otro lado del Atlántico) como la más evidente, ya que ha ido creando un caldo de cultivo al apuntar como responsables del virus a inmigrantes, musulmanes y judíos. Según el Institute for Strategic Dialogue (ISD), de Londres, los seguidores de canales supremacistas en Telegram aumentaron exponencialmente, y uno en concreto dedicado a la Covid-19 registró un incremento de usuarios del 800% a primeros de abril.
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La audiencia de los canales yihadistas también ha crecido con la pandemia, a un nivel similar al que se registró tras los atentados de París, Bruselas o Niza, ha observado el investigador sueco Michael Krona. En noviembre del 2019, Europol liquidó miles de cuentas en Telegram del entorno de apoyo del Estado Islámico (EI), que tuvo que migrar a otros canales, pero ahora ha vuelto a esa plataforma, y con fuerza.
Europa, sin embargo, no parece ser ahora mismo el objetivo prioritario de Estado Islámico sino su expansión por territorios hasta ahora periféricos, como África o Filipinas. Una contabilidad del observatorio estadounidense SITE habla de 80 ataques recientes en nueve países.
Para los yihadistas, el virus es un “soldado” de Dios enviado para castigar a sus enemigos
En Irak, Estado Islámico ha estado golpeando en los últimos dos meses a las fuerzas de seguridad y a las milicias chiíes en diversos y cruentos ataques. No es algo que tuviera que ver con el virus pero el momento ha sido propicio, al demostrar actividad en plena pandemia. Ésta, en opinión de Rita Katz, directora de SITE, “representa muy buenas oportunidades para el reclutamiento”. Las condiciones en Siria de sus 10.000 excombatientes en las cárceles kurdas y de cerca de 66.000 personas, mujeres y niños, que siguen hacinadas en el campo de Al Hol sin una mínima salubridad y con escasos suministros, son utilizadas estos días por los yihadistas en su propaganda, haciendo llamamientos a liberarlos a todos. Y, por supuesto, Estado Islámico acusa a los estados árabes de ineficiencia en la lucha contra la Covid-19.
El secretario general de la ONU, António Guterres, formuló serias advertencias a finales de abril en un encuentro sobre juventud, paz y seguridad. Recordó que ya antes del coronavirus “uno de cada cinco jóvenes no estaba recibiendo educación ni preparación para trabajar o carecía de un empleo, y uno de cada cuatro está afectado por situaciones de violencia o conflicto” (estos últimos vienen a ser unos 400 millones). La pandemia agravará mucho más esta situación. Los extremistas, dijo, aprovechan los estados de confinamiento, en que los jóvenes pasan más tiempo que nunca conectados a medios electrónicos, para expandir el odio. Un “tsunami de odio y xenofobia”, insistía días después Guterres.