El giro estratégico emprendido por Ciudadanos para intentar recuperar a la desesperada parte del enorme pulso político perdido en las elecciones de noviembre es arriesgado. Primero, porque una cosa es asumir su fracaso en el intento de superar al PP y ser el partido referente del centro-derecha, y otra muy distinta es convertirse de la noche a la mañana en el costalero de Pedro Sánchez para rescatarlo de votaciones perdidas en el Congreso. De repente, Ciudadanos olvida que siempre fue el azote del nacionalismo, y para proteger a Sánchez y sobrevivir como partido veleta se dedica a sumar sus apoyos al PNV, a avalar pactos con ERC, y se deja engañar por La Moncloa cuando corteja incluso a Bildu. Desde esta perspectiva, Inés Arrimadas está devaluando el espíritu fundacional de Ciudadanos.
Es cierto que la dirección de Ciudadanos entiende legítimamente que no pinta nada a la sombra del PP y que debe virar en redondo. Pero dado que la inmensa mayoría de su electorado procede del PP, tiene poco sentido convertirse en el asidero de Pedro Sánchez. El PSOE y Podemos sufren una debilidad máxima, y pocos partidos han sido tan combativos contra ellos como Ciudadanos. Por eso es inexplicable que ahora, y con la excusa de la moderación, el pragmatismo o la responsabilidad patriótica, se deje manejar por Sánchez como una marioneta, y sin lograr nada tangible a cambio, salvo una migaja en el CIS. Resulta impensable que Arrimadas e Iglesias pacten medidas presupuestarias conjuntas para rescatar a Sánchez, o incluso para arrebatar autonomías al PP. Ideológicamente, la simple sugerencia de esa neo-alianza populista resulta delirante. Y lo peor, muy poco útil para España.
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