Es una evidencia que Pedro Sánchez tiene un problema con su vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, porque Pablo Iglesias sigue a lo suyo y confunde sus intervenciones como miembro del Gobierno de la nación con lo que podría ser un anuncio en una asamblea de barrio. Va por libre y no entiende que la vicepresidencia que ostenta le obliga a coordinar esfuerzos con los ministerios a los que afectan sus decisiones, no entiende que ser miembro del Gobierno requiere altura de miras políticas y sentido de Estado antes que un discurso propagandístico para asentar su posición política de cara a las próximas elecciones.
Pablo Iglesias carece de experiencia y eso le hace pisar terrenos farragosos que no benefician al Gobierno al que pertenece ni a sus propios intereses. Está aportando todo lo necesario para que la oposición pueda ofrecer su colaboración absoluta a cambio de su salida del Ejecutivo. ¿Cómo es posible que Iglesias no sea capaz de valorar adecuadamente el coste de mantener una postura claramente contraria la Corona española? ¿Cómo es posible que intente ganarse la confianza de sus votantes sin saber que pierde definitivamente la de miles de españoles que asisten estupefactos a sus intervenciones? Iglesias debería comprender que no se trata de decir de forma reiterada la palabra patria o decir, una y otra vez, que él es un gran patriota. Convertir las palabras en palabrería es muy peligroso para un político. Porque se trata de defender los intereses de todos los españoles desde el respeto, la libertad y el entendimiento y no desde discursos excluyentes y sectarios. Es el único patriotismo válido.
Si Iglesias sigue empeñado en convertir las decisiones, muchas de ellas coherentes y necesarias, en una forma de reivindicar su propia imagen, nada será bueno para España y los españoles.