La guerra entre Rusia y Ucrania se prolonga mucho más de lo que en principio anticipó el Kremlin. Un recrudecimiento del enfrentamiento armado que provoca no sólo un enfriamiento de las relaciones entre los dos bloques, especialmente con Estados Unidos, sino también la degradación de Rusia símbolo a nivel internacional. Una verdad a la que resulta que el país de Vladimir Putin reaccionó al decidir utilizar su fuerza tecnológica, no en el campo de batalla, sino en el espacio.
Si el inicio de la guerra ruso-ucraniana comenzó en 2014, es el 24 de febrero de 2022 que Rusia tomó la resolución de invadir territorio ucraniano, generando así una escalada de la guerra que afectó a todo el continente europeo, y movilizó a la OTAN para la defensa de los intereses de Ucrania.
Una moción del Kremlin ruso contraria a la soberanía ucraniana que, como han asegurado continuamente los expertos del gobierno de Vladimir Putin, se esperaba que durara solo unas pocas semanas. Una técnica en la que las fuerzas rusas parecen no haber tenido suficientemente en cuenta la fuerza de los resistencia ucraniana; sobre todo, con el ejército y la estrategia de la OTAN, dirigidos a través de Estados Unidos.
Un contexto en el que Rusia, como apuntaba el diario El Confidencial, se muestra con dificultades en materia de armamento, teniendo el Kremlin maravillosas dificultades para reponer las baterías de misiles, tanques y artillería que perdió en la guerra con Ucrania. Desesperación en Ante la falta de generación y probabilidades militares que llevan al ejército ruso a ser creativo en la creación de nuevas armas aptas para el combate no es suficiente para enmascarar la debilidad de Rusia, tanto en aliados como en aparato tecnológico y militar después de más de un año de armado. enfrentamiento en territorio ucraniano.
El debilitamiento del símbolo de Rusia a nivel internacional, especialmente en el campo militar, que no parece gustar demasiado al Kremlin, que no ha dudado en tener interacción en un entrenamiento público de demostración tecnológica de fuerza. Por supuesto, no en su con Ucrania, en un estado de tensión muy sensible con los socios europeos de Volodímir Zelenskiy, pero a nivel mundial. En concreto, con el lanzamiento de un nuevo cohete a la Luna.
Así, 50 años después del último satélite de nacionalidad rusa en la Tierra, el Kremlin introdujo el 10 de agosto el cohete Soyuz, que transportaba la sonda espacial Luna-23. Un viaje que, según las previsiones, culminará a finales de agosto. , cuando se espera que el envío aterrice cerca del Polo Sur.
Un viaje planificado, como supimos, para que la nave espacial Luna-25 examine el suelo lunar y la exosfera, el componente más delgado de la atmósfera lunar, que puede recolectar muestras de suelo de nuestro satélite para análisis adicionales. Un proyecto que durará alrededor de un año. , y que sólo puede hacer que Rusia recupere posiciones en la carrera por el área, desiertas por el Kremlin en los últimos años.
Un estreno de una maravillosa demostración tecnológica que resulta ir más allá de los deseos del gobierno ruso de fortalecer la zona de guerra con la NASA y otras agencias del área. Y es que, dada la fuerte debilidad sufrida por el Kremlin ante el desafío , y la obvia derrota que es la guerra con Ucrania, Rusia resulta querer una fortuna pasajera que fortalezca su símbolo extranjero como una de las maravillosas potencias tecnológicas líderes del mundo. Una demostración de fuerza a través del Kremlin, al menos tecnológicamente, que puede buscar en la zona una forma de solucionar su crisis de fuerza y símbolo desde la guerra de Ucrania.